La zona de confort: lo que nos cuesta cambiar

Desde hace unos años se ha puesto muy de moda esto de hablar de “la zona de confort” y que tenemos que salir de ella a toda costa si queremos evolucionar. Sin embargo, la realidad es que la mayoría de nosotros nos aferramos a ella con uñas y dientes de una forma u otra.

Porque, siendo sinceros, el ser humano es una especie vaga. No como defecto, sino como característica evolutiva que nos ha permitido sobrevivir: somos vagos.

¿Qué tiene de bueno ser vago?

De hecho, suelo decir en mis cursos de liderazgo que si quieres tener un colaborador realmente eficiente, búscate una persona “responsable y vaga”. Va a querer cumplir con sus objetivos por responsabilidad y va a buscar la manera de hacerlo lo más rápido y fácil posible. Pero esto es algo de lo que podemos hablar en otro momento (si queréis 😉 ).

zona-confort-nos-cuesta-cambiarVolvamos a nuestra “vagueza congénita” (término que no sé si existe, pero siempre podemos incorporarlo en unos añitos a la RAE) y la zona de confort: si es que está en contra de nuestra naturaleza esto del cambio.

Somos una especie diseñada para sobrevivir a pesar de la falta de alimento. Hace unos 100.000 años, cuando el ser humano cazaba y se podía permitir un festín de proteínas, atesorábamos toda esta energía hasta la próxima comida.

Cuando consiguiéramos volver a cazar…

Y esto podía ser al día siguiente o a la semana siguiente.

Igual en este momento hay un montón de antropólogos tirándose de los pelos y con ganas de arrancarse los ojos por lo simplificado del planteamiento, pero no quiero extenderme demasiado en esto.

La realidad es que nuestro cerebro y nuestro organismo no han evolucionado tanto como nuestro entorno. Es por esto que nos encontramos en muchas ocasiones con la disyuntiva: “tengo que hacer esto, pero no me apetece” o “debería terminar este trabajo, pero… (póngase aquí la excusa que se prefiera)”.

Vivimos en una eterna esquizofrenia entre lo que “debemos” hacer y lo que queremos hacer.

Y aquí está incluido aquello de salir de nuestra zona de confort. Porque lo vivimos como una obligación que nos genera pereza… Esa pereza innata, esa señal de nuestro cerebro que nos dice “uff, esto va a suponer gastar un montón de energía, ¿estás seguro de que quieres hacerlo?”. Pero es una parte de nuestro cerebro, y nosotros somos mucho más que esa parte. Nosotros tenemos la capacidad de ir más allá de este pensamiento.

¿Cómo salimos de nuestra zona de confort?

zona-confort-nos-cuesta-cambiarDicen los expertos en maratones y ultra-maratones que nuestro cuerpo no está preparado físicamente para recorrer esas distancias tan largas, que llega un punto en el que el cuerpo da la señal de “párate, ya no puedes más”. Es a partir de ahí que el corredor o la corredora empiezan a tirar de mente y concentración, y se dan la orden consciente de continuar. Porque sí pueden más, pero el cuerpo quiere reservar energías.

Si trasladamos este aprendizaje del mundo del deporte al día a día, recuerda que ante las dificultades nuestro cerebro nos quiere proteger diciéndonos “no puedo”, “es muy difícil” o “esto no es para mi”.

A partir de aquí está en nuestras manos buscar la orden que nos ayude a encontrar la manera de dar un paso adelante, ese pensamiento que nos genere motivación y ganas de salir de la zona de confort: “sí puedo”, “es un reto” o “cómo puedo aprender”.

Porque salir de la zona de confort no significa que nos tengamos que quedar fuera. Significa que saldremos para aprender o para tomar recursos suficientes como para que podamos ampliar nuestra zona de confort.

Condicionados sí, limitados nunca… ¿Qué quieres decirle a partir de ahora a tu pereza interior?

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