Este fin de semana he tenido la oportunidad de facilitar en Líder-haz-GO!, la escuela de coaching en la que colaboro, una jornada sobre los actos lingüísticos básicos. El primer aprendizaje: Perdonar-ME.
Baste decir en este contexto que nuestro lenguaje hace nuestra realidad, y que cuidar lo que decimos a los otros y a nosotros mismos, puede marcar una diferencia sustancial con respecto a las relaciones que queremos establecer.
Quiero centrarme en uno de los actos lingüísticos que más interés me genera: el Perdón. Este acto lingüístico tiene diferentes vertientes: Yo puedo hacer una petición cuando entiendo que he cometido un error o mis actos pueden haber generado malestar en el otro: “te pido perdón” (no como si te piso y te lo digo distraídamente, sino con el corazón y teniendo en cuenta tu emoción). También puede responder a una petición que recibo de alguien: “¿Me perdonas?”
En ambos casos, tanto como dador como receptor, no suele haber mayor inconveniente. Además, tanto cuando lo pedimos, como cuando lo damos, es liberador.
Sin embargo, hay un perdón que se vive con cierta reticencia (al menos en las conversaciones que he generado a este respecto, esto es bastante frecuente): cuando se trata de perdonarnos a nosotros mismos.
Somos conscientes de que cometemos errores, que somos humanos… Pero no nos perdonamos esta “debilidad”. Resulta que nos equivocamos en el trabajo, nuestro jefe y compañeros nos “exculpan”, pero nosotros somos incapaces de tratarnos con la misma benevolencia. Preferimos fustigarnos un poco más y regodearnos en el sentimiento de culpa que, ya he comentado en otros post, en realidad no es una emoción ni agradable ni constructiva.
¿Qué nos impide perdonarnos?
No lo sé. Hay tantas razones como historias de vida. Puede deberse al exceso de auto-exigencia, que me impide aceptar un error; o puede deberse a la sensación de que perdonarme es síntoma de autocomplacencia; o simplemente nunca recibí el perdón de mis padres y entiendo que esto es algo que me tengo que ganar con más esfuerzo… Os invito a que cada uno se tome un café consigo mismo y se lo pregunte con sinceridad y sin ambages.
Sin embargo, saber la causa no es garantía de aprender a entender nuestra humanidad y perdonar nuestros errores. Para ello hay que hacer un trabajo de más calado. Tienes la opción de buscar ayuda fuera (un psicoterapeuta o un coach), o trabajarlo por tu cuenta, ¿cómo? Te doy algunas pistas, sabiendo que hay muchas más herramientas:
- Mírate desde fuera, como si se tratara de un amigo o amiga muy queridos. Escúchate, entiende tus motivos. Quiérete desde donde estás y acéptate. Este ejercicio es bueno hacerlo con cierta frecuencia (cada día o cada semana)
- Busca en tu línea de vida todos aquellos eventos que consideras éxitos logrados con tu esfuerzo. Observa qué cualidades te permitieron llegar a ellos. Recuérdate cada vez que cometas un error, que eres la misma persona que consiguió estos éxitos y que posee todas esas cualidades.
- Escríbete una carta, si quieres escríbesela al niño o a la niña que fuiste. Perdónale que en su infancia cometiera errores, demuéstrale el amor que sientes por él y prométele que ese amor será incondicional: pase lo que pase, le quieres, te quieres.
- Permítete ver a tus errores como si de maestros se tratara: ¿qué tienen que enseñarte?¿qué vas a hacer diferente en el futuro con estos aprendizajes?
Estas son algunas pautas. Te invito a que las pruebes, todas o sólo una, es un regalo que te estás haciendo a ti mismo. Y si quieres, comparte conmigo cómo te has sentido, para qué te han servido.
2 Comentarios. Dejar nuevo
Qué gran post. Me ha gustado mucho, Tíscar. Me ha encantado lo de tomarnos un café “con nosotros mismos”. Esos ratitos de estar con nosotros son muy necesarios
Gracias Mónica, me alegro de que te haya gustado 🙂